En un futuro lejano, Argentina se verá invadida por las aguas, sus tierras lamentarán calamidades y el tango -antiguo consuelo para una melancolía irredimible- deberá prohibirse dado el peligro de los brotes lacrimógenos.
Un gesto, un último gesto podrá insuflar esperanzas a la nación abatida: Córdoba será sacrificada, canjeada por un terruño infame en la nueva tierra prometida. La patria amputada, agujereada en el centro de su vientre, sueña nuevamente con desiertos salvadores: otro desierto para la nación.
Allí irán, entonces, en un futuro muy lejano, cuatro temerarios tripulantes, los últimos hombres en llegar a Marte, los primeros argentinos en explorar el territorio conquistado.
Allí irán: el Dandy, Wolfiasky, Córdoba y Perdomo, obnubilados por las ansias de proezas, de reconocimiento épico. Pero la historia, como la lengua de la rana, es proáctil: llega hasta un punto y se enrolla sobre sí misma. Alguien vendrá a poner fin a sus sueños. Una sombra, una Apariencia. Incomunicados, estos héroes de la desesperación querrán descubrir el sino que les aguarda. Pero, ¿qué esperanza puede nombrarse si hasta la lengua se olvida a sí misma?
|